Supongamos una operación de compraventa de una empresa: Due Diligence, reuniones con el cliente, negociaciones con la otra parte, carta de intenciones, acuerdos de confidencialidad, versiones y versiones del contrato privado, ejecución de la operación, trámites registrales, y así un sin fin de horas facturables para el despacho de abogados encargado de llevar a buen término la operación…
A más complejidad, más horas facturables y, por lo tanto (lo cual tiene sentido) mayor beneficio para el despacho y rentabilidad de la operación para la firma. ¿Cliente satisfecho?.
Así es como ha funcionado el sector de “cuello blanco” de la abogacía y el corporate durante muchos años. Y así tenía sentido que funcionara. Al fin y al cabo, la mayor parte de los recursos empleados han sido “materia gris” forjada en grandes universidades, prestigiosas escuelas de negocio y grandes despachos de abogados, que gracias a la experiencia siempre han aportado un plus de garantía y seguridad a sus clientes en operaciones complejas y donde hay mucho en juego.
Por lo tanto, si el modelo de estas firmas se basa en horas facturadas ¿cómo acogerán los despachos basados en este modelo las soluciones que les permitan reducir el número de horas empleadas en -por ejemplo- la revisión de un contrato o una Due Diligence? Si en lugar de facturar 20 horas, gracias a soluciones innovadoras de Inteligencia Artificial puedo facturar 3 horas ¿cómo afectaría esto a mis resultados? ¿Qué voy a hacer con toda una plantilla repleta de primeros espadas cuyo trabajo puede ser, en parte, realizado por un ordenador o por el propio cliente?
Una respuesta cortoplacista y con poca visión estratégica (desde mi punto de vista) sería la de pensar que la Inteligencia Artificial está muy bien para otros sectores pero que no va a afectar al legal. Que el componente humano de análisis, redacción y revisión de un trabajo (desde un informe hasta una demanda, pasando por un contrato), seguirá siendo igual de esencial que hasta ahora. Para quien piense así, debe saber que, efectivamente, la Inteligencia Artificial y las soluciones de automatización de tareas de más bajo o más alto valor, no van a afectar al sector legal. Porque lo cierto es que YA han llegado y YA empiezan a utilizarse. YA afectan.
Es posible que un abogado leyendo este artículo piense que los cambios no llegan tan deprisa. Puede ser. Pero eche la vista atrás: hace relativamente poco Internet no tenía tanta importancia en los comportamientos de compra de las personas, en la interacción, en la educación (YouTube, sin ir más lejos, simboliza toda una revolución en la docencia, desde una clase práctica de pintura, hasta aprender una canción en la guitarra…todo pasa en YouTube), en la prensa, en los contenidos multimedia. ¿Cuántas discográficas han llegado tarde a la gran revolución que la tecnología ha supuesto para el modelo de negocio musical? ¿Cuántas agencias de viaje ha pensado que el cliente siempre preferiría su atención personalizada? ¿Cuántos comercios de barrio se han dicho a sí mismos cada día al subir la persiana -antes de cerrarla un día definitivamente- que la gente no compraría por Internet esas prendas de ropa que ellos venden con tanto cariño? Y así taxistas, profesores, traductores. Y dentro de poco autoescuelas, carpinteros, cajeras/os de supermercados…
Y ahora piense ¿qué habría pasado si esas empresas o profesionales se hubieran dado cuenta a tiempo del cambio que estaba por llegar irremediablemente? Algunos se habrían adaptado a la situación. Otros, es verdad, habrían caído igual presos de la irremediable ley del más fuerte, pero al menos no les habría tomado por sorpresa y habrían podido reaccionar.
Volviendo a los abogados (yo he sido uno de ellos durante algunos años), algo grande está por llegar:
El modelo de facturación por horas va teniendo cada vez menos sentido y de hecho ya hay compañías que se basan en otro tipo de modelo de negocio para prestar servicios jurídicos (un nuevo modelo cada vez más demandado por los clientes, por cierto).
Las soluciones de automatización y personalización de documentos como Legaliboo o nuestra solución corporativa Legaliboo PRO, son cada vez más numerosas y utilizadas tanto por profesionales como por clientes finales.
Sistemas de Inteligencia Artificial para análisis de datos y propuesta de soluciones están evolucionando a una velocidad endiablada.
Un gran salto tecnológico vendrá de la mano de la aplicación de tecnologías como el blockchain a las transacciones. Los smart contracts pueden estar todavía en pañales, pero todo largo camino tiene un comienzo.
Los hábitos de consulta, búsqueda, contratación y consumo de los usuarios de servicios legales ha cambiado. En Estados Unidos, por ejemplo, el “despacho de abogados” más reconocido sólo opera online.
Y así un sin fin de novedades tecnológicas que plantean, cuanto menos, un futuro diferente. Un nuevo modelo de aproximación a los problemas de los clientes.
¿Quiere esto decir que está en riesgo la profesión del abogado? No. Aunque pudiera parecerlo, no son estas unas reflexiones catastrofistas o con tintes negativos. Estos cambios representan, desde mi punto de vista, una gran oportunidad para cambiar la forma en que el abogado tanto de empresas como de particulares ayuda a la sociedad y al individuo.
Simplemente hay que tomar conciencia de que todos debemos adaptarnos. De que la tecnología no es nuestro enemigo. Es simplemente una herramienta más que debemos convertir en nuestro aliado. Las nuevas generaciones de juristas deberían formarse en el uso de tecnologías, en la formación de smart contracts, en la optimización de procesos de búsqueda. Nuevas profesiones (en todos los ámbitos) están por llegar. Otras caerán.
En mano de cada uno de nosotros está ser protagonistas del cambio o meros espectadores que un buen día se dan cuenta de que el tren ha pasado. No será por que no han sido advertidos.